Ayer fuimos a ver TECHO Y COMIDA al Maldà (un cine de Barcelona que parece cutre, pero que está muy bien, y las entradas valen sólo 4€!)
La película se había estrenado en diciembre, pero la han repuesto tras las nominaciones de los Goya. Reconozco que no había oído hablar de ella, ni de la protagonista, pero algo nos atrapó al ver cómo la actriz Natalia de Molina recogía el Goya a la Mejor Actriz, “batiendo” a Inma Cuesta y Penélope Cruz. Yo creo que injustamente, pues ambas están más que espléndidas en sus trabajos… Pero bueno, Natalia también está espectacular, y siempre está bien que premien a un nombre no tan “popular”. Aunque Natalia también ganó el Goya a la Mejor Actriz Revelación por su trabajo en VIVIR ES FÁCIL CON LOS OJOS CERRADOS, fantástica película de David Trueba.
Natalia fue injustamente cortada por la organización al recoger el premio, y tuvo que decir vía redes sociales lo que no pudo decir en directo: "No me dejaron acabar y decir lo que quería decir, así que lo grito por aquí: ¡Techo, comida, y dignidad para todos!", escribió en Twitter.
Bien, pues tras el premio, y tras ver el tráiler (algo para mí indispensable para saber si una película me va a gustar o no) decidimos ir a ver TECHO Y COMIDA, que tan sólo proyectaban en dos cines de la ciudad. Pero eso mejor que nada!
Dirigida por Juan Miguel del Castillo, TECHO Y COMIDA refleja una realidad que, desgraciadamente se encuentran diariamente los trabajadores sociales de todo el país y de la que yo soy testigo de soslayo. Porque egoístamente, prefiero no saber los detalles de las vidas de los ciudadanos que visitan el lugar donde trabajo.
¿No quieres caldo? ¡Pues dos tazas! TECHO Y COMIDA me mostró ayer un ejemplo de esa realidad… y bastante light por cosas que puedo intuir!
La película retrata la vida de una joven madre y su hijo, quienes viven en un piso de alquiler. La madre, Rocío, lleva años en el paro, no tiene ingresos, a duras penas puede dar de comer a su hijo, y lleva meses sin pagar el alquiler ni los suministros de su hogar. Aún y así, hace todo lo posible porque su hijo, el adorable Adrián, sea feliz.
No entraré a plantear cómo se puede llegar a una situación así. Supera mi entendimiento. Lo que sí que muestra la película, y acabamos comentando tras verla, es cómo la falta de comunicación, y el no ser capaz de pedir ayuda a aquellos dispuestos a ayudarte, te lleva a aislarte aún más de esta sociedad y a acabar en la peor de las situaciones.
Rocío tiene una vecina, María, que la ayuda sin pedírselo, pero tampoco quiere extra-pasarse en su ofrecimiento, ya que la mayoría de las veces es negado por el orgullo de Rocío. Este problema de comunicación, de no ser capaces de decir: “necesito ayuda” lleva a Rocío al ostracismo.
Pienso que este “problema” lo sufrimos todos en esta sociedad, con consecuencias más o menos relevantes. Pero no hablamos claro. No decimos lo que nos pasa. A veces no nos lo queremos decir ni a nosotros. A veces se lo decimos antes a personas que nos rodean que a los directamente implicados. Y a veces se queda en nuestro interior. Secretos de estado.
Tenemos miedo a hablar por las consecuencias que pueda tener lo que decimos. Por experiencias pasadas en las que hablar tuvo consecuencias desastrosas. Porque nuestro imaginario funciona a mil revoluciones y siempre nos lleva al “worst case escenario”. Por miedo a provocar dolor en la otra persona. Por miedo a provocarte dolor a ti… Y el miedo es lo peor. El miedo nos limita, nos corta las alas, nos hace pequeños.
Hasta las canciones te invitan a callarte! Como dice Vanesa Martín en su “90 minutos”: “Prefiero callarme a confesar lo que me haces sentir”. ¿Sí? ¿Seguro? ¡Pues no! ¡No te calles! ¡Dilo! Creo que es mejor gritarlo a los cuatro vientos, ser auténtico, que vivir en silencio. Pero, evidentemente, cada cual necesita su tiempo para ser capaz de hablar.
También hay veces en que las miradas dicen más que las palabras. Evidentemente, las palabras se las lleva el viento, y son los hechos los que quedan. “Actions Speak Louder Than Words” dice Jonathan Larson en una de sus canciones del musical TICK, TICK.. BOOM! Está claro que las acciones hablan mucho más alto que las palabras pero, sea como sea, hablemos! No nos quedemos en silencio.