La felicidad es un estado interior que sólo nosotros mismo podemos alcanzar. No depende de nada externo, aunque así lo creamos. Pero, como mínimo yo de momento no soy capaz de encender mi propia llama, y necesito que algún factor externo pulse el encendedor para que la llama surja y brille en su total intensidad.
Cuando eso pasa, cuando tu llama brilla, te sientes invencible, capaz de hacer cualquier cosa, seguro de ti mismo, poderoso… Estás alineado con tu propósito vital. Todo fluye. Es maravilloso.
El único hándicap, en mi caso, es que dependo de que otra persona pulse mi encendedor. Estoy dando a alguien demasiado poder sobre mí. Aunque sí, lo sé… Todos somos uno, todos estamos conectados, todos formamos el universo, y lo que me pase a mí te pasa a ti, somos energía… y nos necesitamos los unos a los otros para evolucionar. Pero nos necesitamos en círculo, todos girando en el mismo sentido, en harmonía, no en el caos. Y cuando tú das poder a alguien para que sea el único capaz de encender tu llama, estás cometiendo un error de dependencia, porque si ese alguien puede encender la llama, quiere decir que más personas podrán e incluso tú mismo podrás hacerlo. Porque la llama está en ti, tan sólo necesitas hacerla aparecer.
Soy consciente que estoy cometiendo este error de dependencia. Debe ser el primer paso para subsanarlo y evolucionar.
El amor romántico que nos venden en la televisión y en las películas y en las canciones promueve esta dependencia. Y confieso que a mí me encanta. Pero no es sano de ninguna de las maneras. No es sano porque lleva a que te anules para agradar a la otra persona, y que te conviertas en lo que tú piensas que la otra persona espera de ti, o en lo que tú crees que la otra persona espera de alguien de quien se pueda enamorar locamente. Pero está basado en una ilusión. Porque detrás de las máscaras que nos ponemos para agradar, hay sufrimiento, porque hay expectativa y hay frustración.
Así que, bienvenido el desamor. El desamor –partiendo de la idea del amor romántico que comento- nos permitirá reconstruirnos. Amarnos a nosotros mismos, aceptarnos y eliminar las máscaras que nos ponemos para agradar. Estando seguros y orgullosos de cómo somos. Nos permitirá que ese amor fluya y salga hacia afuera, que seamos compasivos con los demás, y los aceptemos y entendamos como lo hacemos con nosotros, con defectos y virtudes.
A partir de aquí pondremos limites y sabremos lo que queremos en la vida, cómo queremos ser tratados y lo importante que es sentirse respetado y valorado. Si no gustas a alguien tal y como eres, actuando desde el corazón, es su problema, no el tuyo.
Todos nos merecemos respeto por encima de todo. Ser cuidados, tenidos en cuenta y valorados. Si nos sentimos así, sentimos felicidad y plenitud, y sentimos que estamos rodeados de amor. A partir de aquí, nuestra llama ya puede brillar con luz propia.